GUIÓN

El siglo XXI nos ha convertido en animales de consumo que exprimen la fruta del éxito hasta que ya no le queda más jugo. Todas las características y condiciones que sorprendieron e innovaron como un producto novedoso, terminan perdiendo valor porque abusaron tanto de ellas que pasan a ser una basura más en la pila de los desechos tóxicos.
Me pregunto si tal vez, mi visión aficionada a la creatividad no comprende que las estrategias económicas son las que mandan. Pero después reflexiono y rememoro un sinfín de productos de la industria cultural que han generado millones y millones sin perder la calidad original; por el contrario, la potenciaron al mismo nivel que el crecimiento de las arcas financieras. Un claro ejemplo es la saga de Harry Potter, que de ser un suceso literario pasó a reventar la taquilla de los cines y convertirse en un producto en sí mismo.
Pero con Merlí, la serie catalana del profesor de filosofía que rompía con los paradigmas clásicos de cómo enseñarle a adolescentes, no corrió con la misma suerte.
Emitidas las tres temporadas, después de que Netflix comprara los derechos, el autor del guión publicó “Cuando fuimos los peripatéticos”, una novela que narraba las memorias de Bruno, el hijo del profesor. Y fue un fiasco.
Debo admitir que carezco de herramientas para decir si una serie es buena o mala. De hecho, a diferencia del común denominador de los de mi generación, no soy adicto a las series. Me aburre pasarme horas frente al tele y hasta me da pereza empezar una nueva. Pero a Merlí la vi desde la temporada uno y me atrapó. Mostrar cómo la vida cotidiana de los adolescentes, y por qué no de los adultos, puede ser analizada a la luz del pensamiento filosófico occidental, me pareció una idea que en lo simple supo innovar. No se trataba solamente de una serie que hablaba de Aristóteles, Locke, Hume, Rousseau o Spinoza, representaba la vida misma, dentro y fuera de la escuela, atravesada por estas ideas. Los dolores de la adolescencia puestos en juicio y sanados con ideas académicas.
Muchos encontraron en el argumento un paralelismo con “El mundo de Sofía” de Jostein Gaarder, aunque a mi criterio se parecen poco. Si bien en ambos la filosofía está presente, Sofía tiene planteos existenciales más profundos. “¿De dónde venimos, quiénes somos, cómo sé que lo que vivo es real?”. En Merlí, lo profundo estaba en darle respuesta a lo subyacentemente cotidiano: el amor, el miedo, las relaciones, los amigos, los afectos.
Hasta acá íbamos bien. Vinieron la segunda y la tercera temporada, con mis críticas y desilusión de cómo se fue sucediendo la trama. Debo decir que el final me gustó a medias, pero eso es algo que me sucede a menudo. Pocas veces un final me cierra al 100%. Superada la etapa de la serie advierto que las librerías promocionan el libro de Merlí. “Cuando fuimos los peripatéticos” decía la tapa.
Lo agarré sin mucha expectativa, pero la sinopsis me trajo nostalgia y me dieron ganas de leerlo. Héctor Lozano, el creador de la serie se propuso hacer un libro para los fans de la serie. Una historia de memorias de Bruno para que su hermana Mirna conociera quién fue su padre, el disruptivo profesor de filosofía, Merlí Bergerón.
En ese momento me pareció increíble y por eso lo compré. Pero honestamente me costó leerlo. Me desilusionó. Bastó dar vuelta la última página para que un sinfín de críticas me vinieran a la mente. Ahí me di cuenta que en primer lugar la sinopsis spoileaba el final de la serie. El que no había visto ninguna de las tres temporadas, podía darse una idea de cómo terminaba. Eso es un gravísimo error.
Y en segundo lugar, la promesa de memorias de Bruno terminó transformándose en un resumen de cada uno de los hechos argumentales más importantes y recordados de la serie, que para el que vio las tres temporadas, no había nada nuevo que causara impacto, porque hasta sabe qué es lo que sigue.
Algún que otro condimento fueron nuevos, como la experiencia de Bruno en Roma, con su primera relación. Pero nada significativo.
El máximo provecho que le saqué al material fueron las frases. Me guardé muchas en las notas del celular como reflexiones aisladas.
Pero honestamente no fue lo que inicialmente me imaginé. El libro apareció como un producto marketinero que exprimió la originalidad de la historia. Sin embargo este caso rompió el prejuicio de que “los libros son mejores que las películas o las series”. Ninguno es mejor o peor que el otro, depende de los factores de producción del mercado y del ingenio de quién crea. Retomo un fragmento del pensamiento inicial de esta reseña, “A veces es mejor quedarse en el molde”.
Y ahí está el libro titulado “Cuando éramos los peripatéticos”, al lado de los otros que he leído, reposando en la estantería, no como un libro más sino como un producto de merchandising. 

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